sábado, 29 de abril de 2023

La creación de las montañas

Hace mucho tiempo, cuando el mundo era joven y plano, no había montañas ni valles, solo una vasta llanura verde donde vivían los animales y las plantas. El sol brillaba con fuerza todos los días, y la lluvia caía con regularidad, haciendo que la tierra fuera fértil y abundante.


Entre los animales, había uno que se destacaba por su belleza y sabiduría: el cóndor. El cóndor era el rey de las aves, y podía volar más alto que cualquier otro. Desde el cielo, observaba todo lo que sucedía en la tierra, y se sentía orgulloso de su dominio.


Un día, el cóndor vio a una hermosa llama pastando en la llanura. La llama tenía el pelaje blanco como la nieve, y los ojos negros como la noche. El cóndor se enamoró de ella al instante, y decidió bajar a hablarle.


-Hola, bella llama -le dijo el cóndor con voz suave-. Me llamo Cóndor, y soy el rey de las aves. ¿Cómo te llamas tú?


-Hola, noble cóndor -respondió la llama con voz dulce-. Me llamo Llama, y soy una de las hijas de Pachamama, la madre tierra. ¿Qué deseas de mí?


-Deseo conocerte mejor, y hacerte mi compañera -declaró el cóndor-. Eres la criatura más hermosa que he visto en mi vida, y quiero compartir contigo mi reino del cielo.


La llama se sonrojó ante las palabras del cóndor, y sintió curiosidad por conocer el cielo. Sin embargo, también tenía miedo de dejar su hogar y su familia.


-No sé si puedo aceptar tu propuesta -dijo la llama con timidez-. Nunca he volado en mi vida, ni he visto el cielo. ¿Cómo podría vivir allí? ¿Y qué pasaría con mis padres y mis hermanos?


-No temas, querida llama -la tranquilizó el cóndor-. Yo te enseñaré a volar, y te mostraré las maravillas del cielo. Y no te preocupes por tu familia. Podrás visitarlos cuando quieras, y traerles regalos del cielo.


La llama se dejó convencer por el cóndor, y aceptó ser su compañera. El cóndor la tomó entre sus garras, y la elevó por los aires. La llama sintió vértigo al principio, pero pronto se acostumbró a la sensación de volar. El cóndor le mostró las nubes, las estrellas, el arco iris y el sol. La llama quedó maravillada por todo lo que veía, y se sintió feliz al lado del cóndor.


Así pasaron los días, y los dos se amaron con pasión. El cóndor le construyó un nido en lo alto de una nube, y la llenó de plumas y flores. La llama le dio al cóndor tres hijos: dos machos y una hembra. Los hijos eran mitad cóndor y mitad llama, y podían volar y pastar con igual facilidad.


Sin embargo, no todo era perfecto en el cielo. La llama extrañaba a su familia terrestre, y quería verlos de vez en cuando. El cóndor le permitía bajar a la tierra cada luna llena, pero solo por unas horas. La llama se sentía insatisfecha con este arreglo, y le pidió al cóndor que le dejara quedarse más tiempo.


-Por favor, Cóndor -le rogó la llama-. Déjame pasar una noche entera con mi familia. Quiero abrazarlos y contarles cómo me va en el cielo. Te prometo que volveré al amanecer.


-No puedo hacer eso, Llama -se negó el cóndor-. El cielo es tu hogar ahora, y tu familia son nuestros hijos. Si te quedas más tiempo en la tierra, podrías olvidarte de mí y de ellos. Además, la tierra es peligrosa para ti. Hay muchos depredadores que podrían hacerte daño.


-Pero yo te amo, Cóndor -protestó la llama-. Y también amo a nuestros hijos. Nunca me olvidaría de ustedes. Y no tengo miedo de los depredadores. Tengo mis pezuñas y mis dientes para defenderme.


-No insistas, Llama -replicó el cóndor-. Mi decisión es firme. Solo puedes bajar a la tierra cada luna llena, y solo por unas horas. Es por tu bien y el de nuestra familia.


La llama se sintió herida por las palabras del cóndor, y se dio cuenta de que él no confiaba en ella. Se sintió atrapada en el cielo, y añoró la libertad de la tierra. Decidió escapar del cóndor, y volver a su hogar terrestre.


La noche de la luna llena, la llama bajó a la tierra con el permiso del cóndor. Se reunió con su familia, y les contó su plan de fuga. Sus padres y sus hermanos se alegraron de que quisiera volver con ellos, y le ofrecieron su ayuda.


-Escucha, Llama -le dijo su padre-. Hay una forma de que puedas escapar del cóndor. Tienes que ir al lugar donde nace el río, y beber de sus aguas sagradas. Ellas te darán el poder de crear montañas con tu aliento.


-¿Montañas? -preguntó la llama-. ¿Para qué me servirían las montañas?


-Las montañas te servirían para esconderte del cóndor -explicó su padre-. Si el cóndor te busca en el cielo, tú puedes soplar una montaña y refugiarte en su cima. Así el cóndor no podrá verte ni alcanzarte.


-Entiendo -dijo la llama-. Pero ¿cómo puedo llegar al lugar donde nace el río? ¿No está muy lejos?


-No te preocupes -dijo su madre-. Nosotros te acompañaremos hasta allí. Podemos llegar antes del amanecer, si nos apuramos.


La llama aceptó el consejo de sus padres, y se despidió de sus hermanos. Luego, partió con ellos hacia el lugar donde nacía el río. Caminaron toda la noche, sorteando los obstáculos y los peligros. Al fin, llegaron al manantial sagrado, donde brotaba el agua cristalina.


La llama bebió del agua con avidez, y sintió un cosquilleo en su garganta. Luego, sopló hacia el cielo, y vio cómo se formaba una montaña frente a sus ojos. La montaña era alta y majestuosa, y tenía una cumbre nevada.


-¡Lo lograste! -exclamaron sus padres-. ¡Ahora tienes el poder de crear montañas!


-Gracias, papá y mamá -dijo la llama-. Gracias por ayudarme a escapar del cóndor.


-No hay de qué, hija -dijeron sus padres-. Te queremos mucho, y queremos que seas feliz.


La llama abrazó a sus padres con ternura, y les dijo que los visitaría pronto. Luego, se subió a la montaña que había creado, y esperó a que saliera el sol.

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