viernes, 5 de mayo de 2017

Para y por los Héroes Anónimos. Testimonio.

Encuentro Interuniversitario, Chimbote, 1996. Fotografía de Julio Sotomayor.

 
Cemduc, Folkpucp y Nacpucp, 25 años (y más) de difusión de la música y danza peruana 

Este humilde texto es para aquellos integrantes que no toman en serio su papel; para aquellos nuevos y no tan nuevos integrantes que no saben la labor importantísima que han asumido; para aquellos que piensan que nuestras vidas y las de quienes se encuentran a nuestro alrededor no cambiarán; para aquellos que solo entregan el tiempo que les sobra. No sabremos, en verdad, en cuál de las presentaciones no aceptadas nos estaremos perdiendo la mejor lección de nuestras vidas. Mi error fue no compartirla en su momento, y por eso les pido perdón en nombre de aquel joven del ayer. 

Integrante a prueba 

Era un estudiante que, en ese entonces, cursaba el segundo ciclo de Arte, y un integrante recién aceptado a prueba en el grupo de música andina, que se hacía llamar Nacpucp (Núcleo de Arte Colectivo de Estudiantes de la PUCP). Tocaba algo de bombo, quena y zampoña. También cantaba y por eso podía defenderme apoyando en los coros. El grupo tenía entre sus integrantes titulares a dos vientistas, Julio y Tito, y a Óscar, percusionista, que ya egresaban. Ingresaron también nuevas voces y yo, con mi pasado latinoamericano, boliviano y chileno, específicamente, sabía que tendría mucho, mucho que aprender, tanto en estilos como en ritmos peruanos si quería mantenerme en este grupo. Un gran reto. 
 
¿A qué se debe su visita? 

Luego de dos semanas, una tarde de viernes, en diciembre de 1990, me encontraba en la facultad haciendo limpieza y guardando todo, pues era fin de ciclo y nos estábamos preparando para las celebraciones y la exposición final de Arte. En eso, vi pasar por la facultad a unos integrantes del grupo andino que estaban reclutando gente para completar el elenco del grupo de música y así cumplir con una presentación ya confirmada. 

Era una buena oportunidad de apoyar la búsqueda, así que les dije “Vamos”. Ya por el tontódromo (vía que une la universidad de extremo a extremo, de Ingeniería a Letras), nos encontramos con Augusto, sicuri, quien también aceptó ir. Ya estaban Nora, charango; Alex, guitarra; Tito, mandolina; Yuri, guitarra; Beto, guitarra; Augusto, zampoña, y yo, bombo (quena no, no estaba preparado ni el público para escucharme tocar). “¿Somos lo que somos?”, preguntó Beto. “¡Somos lo que somos!”, respondimos todos. 

Desconocía el lugar de la tocata, pero eso no era problema para nosotros (para mí, el problema era recordar el repertorio en tan corto tiempo). Nos trasladamos a la caseta para llevar los instrumentos a la movilidad y partimos. Pasamos por Universitaria, La Marina, cruzamos el puente y doblamos a la izquierda, hasta llegar a un portón por el que ingresamos. Era el Hospital Militar.

Al escenario 

Trasladamos los instrumentos al auditorio, un teatro grande, al menos así lo recuerdo. No teníamos muchos micros, así que para esta presentación decidimos repartirlos entre las cuerdas y, bueno, yo estaba con el bombo. Tendríamos que cantar a capela. 

Nos colocamos en el centro del escenario y unas señoras con traje azul y pañuelos rojos nos agradecieron mucho por estar allí. Solo nos quedaba relajarnos y esperar que llegue el público. Al llegar los agasajados, nos quedamos fríos, no tengo palabras para describirlo: eran jóvenes soldados mutilados, con fierros en las extremidades, en muletas, con grandes vendajes; unos en sillas de ruedas y otros que lograban llegar por sus propios medios. 

Muy nerviosos, nos volvimos a juntar para decidir el cambio de repertorio. Augusto tenía en su repertorio la música latinoamericana (¡Sí!, muy dentro de mí) y nos dijimos vamos a hacerlo por ellos, solo repertorio ameno, alegre, con esperanza, y que conozcan esta música. Recuerdo que bailamos y cantamos todos juntos, a capela y con mucha fuerza. Me veo correr por todo el auditorio con el bombo y haciendo que el público cante y nos siga con sus aplausos, tal como el bombero de Proyección, grupo boliviano. 

Este recuerdo es imborrable e indescriptible. Imaginen el auditorio lleno, al público acompañándonos con sus aplausos y sus cantos. Eran los soldados del servicio militar víctimas del terrorismo. Cuando terminamos, luego de que nos pidieran otra y otra, se nos acercaron a agradecernos, con los rostros llenos de alegría al ver que tocábamos temas que identificaban como suyos, de su tierra, del ande, de la selva. Entonces entendí la importancia de nuestro papel. 

La función continúa 

Luego pudimos conversar con las damas presentes, quienes eran las esposas de los oficiales y, como voluntarias en el hospital, apoyaban a los jóvenes soldados. Las damas nos dijeron que había más soldados, pero que ellos no podían salir de sus pabellones por distintos problemas de salud. Entonces, nos propusieron ir a esos ambientes y ofrecerles unos temas. Así lo hicimos, en menor número por los ambientes tan angostos. Nuevamente nos pusimos de acuerdo y realizamos un cruce de sicuri con pasacalle. Y, del mismo modo que antes, pusimos todo nuestro sentimiento. 

Conforme pasábamos por los ambientes, veíamos a jóvenes soldados cuyos rostros expresaban entre alegría y dolor. Las extremidades colgadas con fierros, con la esperanza de cura. Lágrimas contenidas y convertidas en canto era lo que tenía en mi garganta. 

Estábamos llegando a cuidados intensivos cuando, de pronto, una enfermera de gran tamaño ingresó gritando: “¡Silencio! ¿No saben que esto es un hospital?”. Las damas le explicaron la situación y entonces ella dijo: “Ah, pueden seguir entonces. Sigan, sigan nomás…”.

Puedo asegurar que lo que vivimos y sentimos allí no se puede describir ni explicar; fueron muchas sensaciones juntas. Fue nuestro pequeño homenaje a esos héroes anónimos.

Entre alegría y dolor

Grandes momentos, dicen. Esa es nuestra tarea: dar alegría, esperanza y, sobre todo, valorar lo nuestro. Ese es nuestro compromiso. Y esto trae vivencias que cambian la manera de ver al Perú. Ese fue mi bautizo, el momento en que me integré oficialmente a la estudiantina del Nacpucp. 

Esa es la razón de este humilde texto. Como dije, mi error fue no compartirla en su momento y por eso, nuevamente, pido perdón. Y siempre les daré las gracias a aquellos héroes anónimos. 

WRocel
18 de abril de 2017

Estilo: Angel García T.